Sus instalaciones seguramente no son las mejores posibles, el comedor es pequeño y no dispone de luz natural -esto último tiene una importancia muy relativa, por poner un ejemplo el restaurante de Ricard Camarena de la calle Doctor Sumsi tampoco tenía- y las sillas y las mesas no son demasiado cómodas, consecuencia en parte de la limitación de espacio y el intento de aprovecharlo al máximo. Sin embargo, todo esto se nos ha olvidado en cuanto hemos empezado a probar los platos elaborados por Alberto González y su equipo. Platos muy estudiados y con muchos matices que demuestran por una parte conocimiento de la cocina japonesa y por otra parte creatividad y la intención de forjarse un estilo propio. Elegimos el menú de mediodía, que consta de cuatro platos más postre y cuesta doce euros con noventa céntimos, con la posibilidad de añadir un niguiri por dos euros más, cosa que todos hicimos. Tengo que pedir disculpas ya que se me olvidó hacer una foto de la pizarra donde estaba escrito el menú, con lo cual no os podré dar todo el detalle de los platos, lamentablemente es un descuido que cometo a menudo.
El menú comienza con un Usuzukuri de lubina.
La piña, la gelatina de remolacha, la zanahoria y el rábano, los brotes, la leche de tigre -creo que llevaba coco-, el tobiko, aportan matices al plato, realzan el sabor de la lubina y se integran perfectamente. Un prometedor comienzo.
El Kushiage de cerdo, que es una especie de hamburguesa de carne macerada y rebozada en panko
estaba tierno y sabroso, venía servido con una crema de trufa y unas patatitas paja que le van como anillo al dedo.
El maki del día estaba muy bueno a pesar de que llevaba surimi en su interior, lo cual es un doble merito.
Llevaba también un tartar de salmón por encima y lo que le da un toque sorprendente y al mismo tiempo delicioso es la miel y el romero. Espléndido.
El Niguiri de dorada con pesto rojo
estaba brutal, un bocado original y de intenso sabor. Dudo mucho que encontréis algo mejor en que gastaros dos euros.
Y el menú termina, en su parte salada, con una sopa de fideos soba que también lleva un kakiage -una fritura de verduras-, un huevo semicocido y una especie de albóndiga de pescado que no recuerdo si tiene un nombre específico.
Quizás lo que menos me convence de este plato es poner una fritura en una sopa, al mojarse con el caldo pierde parte de su textura crujiente. A pesar de ello el plato está rico, los fideos están muy buenos y la albóndiga de pescado si que mejora considerablemente al sumergirse en el caldo, un caldo en el que el dashi y la salsa de soja marcan claramente su sabor.
El postre también ha estado a muy buena altura, un helado de nueces "crunch" con bizcocho de yuzu y chocolate con wasabi
El helado me gustó mucho, lo mismo que el bizcocho de yuzu, en el chocolate no fui capaz de apreciar el wasabi pero le aporta al plato la untuosidad necesaria. Un postre magnífico.
Y no se me ocurre mejor manera de acabar una comida así que con un te houyicha -té verde tostado-, personalmente no lo había probado antes y me ha encantado.
Tiene bastante mérito preparar este tipo de comida, que conlleva una elaboración considerable, en una cocina que también está bastante limitada en cuanto a espacio. Un discurso muy sólido y coherente, brillantez técnica, buen gusto y gran relación calidad precio. Seguiremos muy de cerca a Kaori.
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El menú comienza con un Usuzukuri de lubina.
La piña, la gelatina de remolacha, la zanahoria y el rábano, los brotes, la leche de tigre -creo que llevaba coco-, el tobiko, aportan matices al plato, realzan el sabor de la lubina y se integran perfectamente. Un prometedor comienzo.
El Kushiage de cerdo, que es una especie de hamburguesa de carne macerada y rebozada en panko
estaba tierno y sabroso, venía servido con una crema de trufa y unas patatitas paja que le van como anillo al dedo.
El maki del día estaba muy bueno a pesar de que llevaba surimi en su interior, lo cual es un doble merito.
Llevaba también un tartar de salmón por encima y lo que le da un toque sorprendente y al mismo tiempo delicioso es la miel y el romero. Espléndido.
El Niguiri de dorada con pesto rojo
estaba brutal, un bocado original y de intenso sabor. Dudo mucho que encontréis algo mejor en que gastaros dos euros.
Y el menú termina, en su parte salada, con una sopa de fideos soba que también lleva un kakiage -una fritura de verduras-, un huevo semicocido y una especie de albóndiga de pescado que no recuerdo si tiene un nombre específico.
Quizás lo que menos me convence de este plato es poner una fritura en una sopa, al mojarse con el caldo pierde parte de su textura crujiente. A pesar de ello el plato está rico, los fideos están muy buenos y la albóndiga de pescado si que mejora considerablemente al sumergirse en el caldo, un caldo en el que el dashi y la salsa de soja marcan claramente su sabor.
El postre también ha estado a muy buena altura, un helado de nueces "crunch" con bizcocho de yuzu y chocolate con wasabi
El helado me gustó mucho, lo mismo que el bizcocho de yuzu, en el chocolate no fui capaz de apreciar el wasabi pero le aporta al plato la untuosidad necesaria. Un postre magnífico.
Y no se me ocurre mejor manera de acabar una comida así que con un te houyicha -té verde tostado-, personalmente no lo había probado antes y me ha encantado.
Tiene bastante mérito preparar este tipo de comida, que conlleva una elaboración considerable, en una cocina que también está bastante limitada en cuanto a espacio. Un discurso muy sólido y coherente, brillantez técnica, buen gusto y gran relación calidad precio. Seguiremos muy de cerca a Kaori.