Las referencias que me habían llegado de este restaurante, muy bonito y elegante en cuanto a su interiorismo y al que en 2016 le fue concedido un Bib Gourmand por la guía Michelín, eran muy prometedoras, sin embargo, la verdad es que la impresión que me llevé fue muy pobre. La sensación es de que el equipo de cocina es voluntarioso y tiene ganas de hacer cosas interesantes pero no tiene el nivel suficiente por lo que los platos quedan parcialmente fallidos, les falta equilibrio y sobretodo chispa y sabor. Salsas que no dicen nada, platos pesados por el empleo de grasas lácteas y un producto en algunos momentos mejorable, como es el caso de las algas y las huevas de pescado, de los que se emplean sucedáneos, sabores un tanto disfrazados o desdibujados configuran una cocina que lamentablemente ha sido una clara decepción para mi.
El menú Blanqueries está compuesto por tres entrantes, un segundo y postre, vamos con los entrantes, el primero de ellos Vieira en su concha
la primera pregunta es obvia, ¿donde está la concha?, la vieira venía dentro de dos semiesferas de pasta wonton frita. Si la abrimos
dentro vemos la vieira acompañada con un poco de escalivada, goma wakame y sucedáneo de huevas de pescado. Un plato bastante insulso, la vieira no era de las mejores que he comido y los acompañamientos a mi modo de ver no aportan practicamente nada a un molusco de sabor tan sutil, más bien lo opacan.
La Gamba a la plancha con aire cítrico
no estaba mal del todo en lo que respecta a la gamba en si y a ese picadillo de puerro, pepinillos y alcaparras pero la crema de aguacate no me gustó nada ni tampoco el aire cítrico, de hecho aparté ambas cosas para comerme el resto.
El Huevo a baja temperatura con migas y jamón, un plato que sobre el papel pinta bastante bien
queda completamente desfigurado por esa especie de crema de patata casi líquida y con sabor a nata, una auténtica pena pero como decíamos más arriba es un poco la tónica, los sabores se diluyen o se dispersan en elaboraciones anodinas.
Los segundos platos estaban mejor que los entrantes, la Carrillera de ternera glaseada en su jugo con ragout de setas y hortalizas
estaba bastante buena, la carne estaba sabrosa y las setas y demás vegetales también, no me gustó sin embargo la crema que la acompañaba, decididamente las cremas no son la especialidad de la casa, al menos en mi opinión.
Respecto al Lomo de Corvina emparrillado con cremoso de alcachofa y emulsión de crustáceos
me imagino que ya estáis pensando que seguramente tampoco me gustó la crema...habéis acertado. En cuanto al resto del plato la corvina estaba jugosa y buena y había un poco de cebolla caramelizada que le iba bien, así como la salsita de gambas. Los trocitos de carbón comestible son un síntoma más del querer ser moderno y no saber exactamente cómo.
El postre se llama Roger, no sé si llamarlo con tanta familiaridad es porque se trata de una especialidad de la casa y por lo tanto un viejo conocido
No recuerdo exactamente en que términos nos describieron el interior de chocolate pero me recordó bastante a esos chocolates con arroz inflado mal llamados turrón de chocolate, en cuanto a la crema de avellanas que lo rodeaba y cubría contenía azúcar en grado superlativo y por otra parte tenía una textura tan pastosa y compacta que la cuchara casi se quedaba atrapada. Una bomba calórica y glucídica que no podía comerse y no fue comida.
La verdad es que el estilo culinario de Blanqueries podría decirse que está en las antípodas de mi forma de entender la cocina, además la cena no me sentó especialmente bien.
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